Tener gatos es sinónimo de vivir un sinnúmero de situaciones que no sabes cómo definir por lo peculiares que son.
Ocurre por ejemplo que te dejas el armario semiabierto y cuando vas a guardar dentro lo que sea te encuentras de pronto dos ojos verdes brillando en la oscuridad y te llevas el susto del siglo. Esto es típico de Edgar. Al ser negro, se camufla perfectamente entre las telas oscuras y en un fondo de armario ni os cuento. Es por esto que a veces casi lo llegas a aplastar sin querer cuando te sientas en el sofá o te llevas un susto de muerte porque de pronto ves que algo que se supone que no estaba ahí empieza a moverse.
Ocurre que te aseguras perfectamente de dejar todos los armarios cerrados... y entonces tus gatos aprenden a abrir las puertas. Flipa. O aprenden a abrir ventanas. Alucina. Y tienes que andarte con mil ojos y ponerles trabas porque si no te vuelves loca pensando en que se van a abrir la cabeza.
Ocurre que estás en un estado de semiensoñación-semivigilia y de pronto un gato se sube a tu cama de un salto mortal y a ti por poco te da un síncope.
Ocurre que tu gato está en el pasillo y de pronto se pone a perseguir cosas invisibles. Y te acojonas y piensas: bueno, ¿qué es lo que está viendo él que no estoy viendo yo?
Ocurre que tienes un gato que adora el agua -Fiodor- y lo descubres cuando el gato, llevado por su curiosidad infinita, se asoma al cubo de la fregona lleno de agua y de lejía y se cae dentro.
Ocurre que te das cuenta de que tienes que limpiar la casa cuando tus gatos empiezan a jugar con las pelusas.
Ocurre que se ponen a maullar desesperados y no sabes por qué.
Ocurre que los gatos se pasean por el teclado de tu ordenador y le mandan cosas incomprensibles a tus amigos por chat, o por correo... o no se lo mandan a tus amigos. Se lo envían a esa persona con la que no te hablas desde hace tres meses y que de pronto te responde preguntándote que qué coño quieres, que si le estás tomando el pelo. O escriben cosas que dan miedo. Edgar escribió en cierta ocasión: lo se. Y lo miras y él te está mirando fijamente y le preguntas: ¿y qué sabes, eh, cabrito?
Ocurre que estás jugando con Darwin tirándole una pelota y el gato, de pronto, se sube por la pared y hace un salto mortal. Y tú te quedas... O.O hostia...
Ocurre que tienes la costumbre de, cuando limpias la casa, lavar también a los gatos. Así todo está limpio. Pues bueno, es verte con la fregona y el cubo y ellos desaparecen. Cabrones.
Ocurre que tienen la mala costumbre de ponerse detrás de ti. Y les pisas el rabo, les haces daño sin querer, te pegas un susto... Y ya está liada, porque los gatos son MUY rencorosos.
Si hay algo claro... es que tener gatos, a base de sustos, fortalece el corazón. Dicen que alivian el estrés, pero yo no sé si creérmelo...
1 comentario:
Lo que ocurre es que, en el fondo, son unos cabrones... Pero cómo se les quiere a los jodidos.
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